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viernes, 20 de enero de 2012

Premiar la Paralisis

Premiar la parálisis
Juan José Gomila Félix 20/01/2012 Enviar Imprimir A+ A-
Es sorprendente. Menorca debe de ser de los pocos lugares donde se agasaja y se reconoce a quien ayuda a paralizar la isla en lugar de premiar al promotor que intenta crearle riqueza. Todos recordamos ejemplos. Efectivamente, cualquier iniciativa económica que pueda crear puestos de trabajo cosecha en la isla, como norma y por principio, una oposición firme y salvaje. Aunque la creación de nuevos empleos sea la política social más solidaria que se puede realizar más allá de acudir a la beneficencia de la subvención permanente, la iniciativa en general cuenta con mala imagen en nuestra isla. Es siempre sospechosa y merecedora de ser combatida.

Durante años se ha inoculado a la sociedad isleña la idea de que un promotor en un destructor en potencia. La colonización de una parte de la juventud a favor de esta parálisis impide suavizar su rechazo hacia el progreso. Es triste ver a jóvenes arroparse en la devoción por la inactividad. Es triste y erróneo que confundan amor a la tierra con aversión al progreso y a la apertura de miras.

Sí, aquí se premia con fervor a quien no ha creado nunca un solo puesto de trabajo, a quien no tiene ni idea de lo que significa sudar sangre para poder pagar a final de mes las nóminas de unos empleados. No se premia a quien tira ‘palante como sea o a quien, incluso, se arruina y vuelve a resurgir de entre las cenizas de una derrota inicial. No se considera a quien sufre por las familias que dependen de su iniciativa, de su capacidad de gestión, de su empuje y de su trabajo. No se tienen en cuenta las infinitas noches sin dormir, los desvelos continuos para encontrar caminos de subsistencia (y poder seguir dando trabajo a todas las familias que dependen de uno).

Por el contrario se premia a quien se opone a todo. A quien combate la iniciativa. Incluso se premia a quien debería de vivir de sus propios recursos y no lo hace sino que muñe las administraciones para su propio beneficio con el añadido cínico de que luego pretendan opinar desde una independencia que evidentemente no tienen.

Aquí se premia a quienes nunca han arriesgado un céntimo propio para promocionar, crear, fundar, hacer posible una ilusión, una idea, una iniciativa o un proyecto. Se premia a los sentados. Se premia a los que exigen y entienden la beneficencia como derecho.

Sí, esta es la tierra que admira (y que agasaja) a quien ayuda a paralizar la economía. Es la tierra donde florece la pura envidia hacia el que crea. Es la tierra donde lo progresista es mantener una parálisis que sólo asienta y consolida la pobreza.

Quienes arriesgan son mal vistos y, normalmente, son tachados de explotadores. Quienes debieran ser tratados como ciudadanos ejemplares (como se hace en muchos países) y ser reconocidos como impulsores que crean riqueza para todos, son aquí aniquilados con argumentos espurios procedentes de las envidas sarracenas que anidan en los corazones de los más inútiles.

Estos son los mismos que exigen que la Administración succione a los restantes ciudadanos para poder luego ser ellos los beneficiados. Son los que aman el control sobre los demás, son los profetas del Apocalipsis antropológico y ecológico, son quienes no alcanzan a entender lo inseparables que son libertad de acción/creación y libertad en mayúscula.

Naturalmente son quienes están convencidos de que el Estado les debe de arreglar y regular su vida particular y la de su cortijo privado. Los que creen que la cultura debe de estar permanentemente subvencionada por los políticos de turno. Quienes ceden gustosos libertad por esclavitud remunerada. Los que se atreven incluso a decidir que actividades convienen a la isla.

Son los nuevos comisarios sociales. Los nuevos controladores sociales. Los nuevos “vigilantes de la playa”. Los renacidos filibusteros que deciden lo que es o no conveniente para la vida y la libertad del menorquín. Son los teóricos iluminados afiliados a la verborrea más patética que, desconocedores de la práctica, descalifican lo que no son capaces de realizar por ellos mismos.

Notas: Solo anunciar la no necesidad de presentar un certificado de catalán estándar para poder trabajar en la administración ha hecho aflorar la realidad. La matriculación ha bajado de forma escandalosa. “Venían a catalán solo para obtener el título y optar a un empleo público. Tan sólo una minoría lo hacía por gusto”. Evidente. Se sabía pero se escondía.

Los peores enemigos de una lengua son los que pretenden imponer su uso. Al final, y como siempre, la realidad se impone a la ficción. Demasiados esfuerzos para ganar la libertad para volver al totalitarismo.


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